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Una decisión ilusoria: el embarazo en la adolescencia

EL SALVADOR/FILIPINAS — Cuando tenía solo 16 años, Yajaira se quedó embarazada de su novio, de 18, la primera vez que mantuvieron relaciones sexuales. Al poco tiempo se casaron. “Fue el comienzo de una nueva etapa de mi vida”, recuerda Yajaira. “Fue un cambio brusco, porque tuve que responsabilizarme de mi embarazo, justo cuando acababa de terminar el noveno curso”.

La suya es una situación muy común. En El Salvador, donde vive, un cuarto de todos los embarazos corresponden a adolescentes (UNFPA El Salvador, 2021). Es una señal de desempoderamiento general: los embarazos de adolescentes y los matrimonios precoces están vinculados a ciclos de violencia doméstica y sexual (de todos los embarazos corresponden a adolescentes (UNFPA El Salvador, 2021), una lacra ya habitual antes de que se disparara en un 70% durante la pandemia de COVID-19 (IRC, 2020). Hasta hace poco la educación sexual no estaba incorporada al plan nacional de estudios y el aborto está terminantemente prohibido en cualquier circunstancia, sin excepciones para casos de violación, incesto o peligro para la vida de la madre y el feto.

Cabría suponer, por tanto, que la mayoría de los embarazos de adolescentes no son intencionales. Pero, de hecho, en más de la mitad de los embarazos de adolescentes en El Salvador, un 58%, las mujeres declararon que habían sido intencionales, mientras que el 75% de los hombres implicados los consideraron intencionales (Carter y Speizer, 2005).

Al preguntársele si había tomado la decisión de ser madre a los 16 años, Yajaira no responde directamente. Dice que no recibió ninguna educación sexual, y que el sexo y el embarazo fueron algo que ocurrió, sin más. Para ella y para tantas otras mujeres jóvenes —especialmente las marginadas por la pobreza y la falta de oportunidades de empleo o educación— el embarazo y el matrimonio precoces son inevitables. Más de una cuarta parte de las jóvenes salvadoreñas se casan o pasan a vivir en uniones informales antes de cumplir los 18 años (CEPAL, 2020).

Aunque Yajaira no tomó la decisión explícita de quedarse embarazada, el matrimonio fue algo distinto. “Mi madre no quería”, explica. “Pero yo no quería que se repitiese con mi hijo lo que viví yo, ser criada sin un padre, así que decidí casarme y me fui a vivir con los padres de mi novio. Fue la etapa más difícil de mi vida. Cuando iba camino del ayuntamiento para casarme, mis compañeros de clase estaban en un acto para celebrar el inicio del bachillerato… Ahí me bajé de la nube. Pensé: ‘¿Qué estoy haciendo?’”.

Su esposo le había prometido que podría seguir estudiando, pero la realidad fue otra. Además de cuidar a su hijo pequeño y de contribuir a la economía familiar fabricando queso y vendiéndolo, todos los sábados iba a clases en la capital del departamento. Después volvía a toda prisa a casa para hacerle la comida su marido, una situación que irritaba a su suegra. “Se acabó esa tontería de estudiar”, recuerda Yajaira que le dijo.

En la otra punta del mundo, en Maguindanao (Filipinas), Rahmadina era una colegiala como tantas otras, hasta que terminó el sexto curso. A los 14 años se enamoró y se casó con Morsid, de 16, y al poco tiempo dio a luz a su primer bebé. Afirma que ella misma tomó esas decisiones. Pero no esperaba lo que vino después.

“Aun después de casarnos, conseguí terminar el primer año de bachillerato”, cuenta Rahmadinah, acunando a su segunda criatura, recién nacida. Luego, su deseo de proseguir los estudios se dio de bruces contra la cruda realidad. Después de que su marido viajara a Manila por trabajo, “me dijo que dejara los estudios, porque él también los había dejado”.

A pesar de sus penurias económicas y de las dificultades que a veces conlleva criar a dos niños tan pequeños, a Rahmadinah le encanta ser madre. Aun así, confiesa que piensa en la vida que habría tenido si hubiera tomado otras decisiones.

Ahora quiere encontrar trabajo en el extranjero “para que mis hijos puedan tener todo lo que necesiten”, señala. “Pero mi marido no me da permiso. Me dice que no puedo, que si voy a trabajar al extranjero me dejará. Así que me quedo callada, ya no pienso ir a ningún sitio”.

También Yajaira se sintió atrapada. Aunque casarse fue decisión suya, había otras decisiones de su vida que escapaban a su control. Su marido la engañaba y la maltrataba psicológicamente. Cuando Yajaira quiso marcharse, él y sus padres utilizaron a su hijo para presionarla. “Me pidieron que me fuera yo y que dejara a mi hijo, que no me lo llevara”. Y a los cinco años de matrimonio, llegó por fin al límite. Volvió a casa de su madre, llevándose a su hijo consigo. “No iba a dejar a mi hijo allí. No iba a quitármelo nadie”.

Estaba decidida a cambiar de rumbo: terminó los estudios e ingresó en el cuerpo de policía, para ayudar a las supervivientes de la violencia de género. Volvió a tener un embarazo no intencional. En esta ocasión había utilizado métodos anticonceptivos, pero no funcionaron. Cuando le dijo a su pareja que estaba embarazada, él se marchó a otra localidad.

Hoy en día, a sus 34 años, Yajaira irradia confianza. Está contenta con su carrera, orgullosa de sus hijos de 6 y 17 años y entusiasmada con la licenciatura en trabajo social que está a punto de terminar. Además, está educando a sus hijos para que sean hombres responsables que rechacen las normas de género desiguales y hablen abiertamente de temas como la anticoncepción: “Es muy habitual que las madres no se sinceren y no hablen de estas cosas con sus hijos. Pero es positivo contárselas, para que adquieran cierta confianza”.

En cuanto a Rahmadina, también está tomando decisiones para asegurar su futuro. Se ha informado sobre los métodos anticonceptivos disponibles y está a punto de recibir su primera inyección anticonceptiva. También quiere que su hija tenga más oportunidades. “Quiero que termine sus estudios, que no acabe como yo, y que alcance sus metas antes de casarse”, afirma.

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Violencia, coerción y supresión de la capacidad de decisión

FREETOWN, Sierra Leona — “No estaba preparada para un embarazo”, explica Mamusu, que ahora tiene 18 años, al UNFPA en Freetown (Sierra Leona). “Pero cuando empecé a salir con ese hombre, no tenía a nadie que se ocupase de mi educación, que pudiese ayudarme cuando necesitaba cosas para la escuela... Era él quien me ayudaba”.

Mamusu describe al padre de su bebé como “novio”, “marido” y “el hombre que me dejó embarazada”, señal de que su relación es muchas cosas, pero no una entre iguales.

Para empezar, cuando lo conoció Mamusu era una niña, apenas entrada en la adolescencia. Por otro lado, tenía muchísimas ganas de seguir estudiando, pero la pobreza amenazaba esa frágil vía de escape hacia un futuro mejor. “Nos pedían que compráramos bolígrafos y libros, que hiciéramos todo, nos mandaban tareas, y yo no tenía dinero… Él dijo que quería salir conmigo y entonces le expliqué mis problemas”.

La ayuda duró poco: “Me sentí desdichada cuando me enteré de que estaba embarazada a los 14 años”.

Su caso no es único. Las niñas de Sierra Leona suelen tener dificultades para guiarse en un laberinto de decisiones imposibles. El país presenta una de las tasas más altas del mundo de embarazos en la adolescencia (UNFPA, s. f.) y mortalidad materna (UNFPA, s. f.). La violencia sexual es endémica (UNFPA, Sierra Leona s. f.) y gran parte de sus víctimas son menores de edad. Esto conlleva terribles consecuencias. Las niñas más vulnerables pueden ser atacadas o abordadas por hombres y niños mayores cuando salen para ir a buscar agua o vender productos o incluso al ir a la escuela. Si estas niñas consienten en entablar una relación sexual —ya sea romántica, transaccional o una sin límites claros entre ambas—, a menudo lo hacen desde una posición de desventaja o como estrategia de supervivencia. Pero si se quedan embarazadas, es muy frecuente que las echen de sus hogares y queden abandonadas a su suerte.

“Las niñas no se quedan embarazadas porque quieran”, afirma Mangenda Kamara, que cofundó y dirige 2YoungLives, un proyecto de orientación para niñas embarazadas. “Pero la pobreza extrema, la violencia y muchos niveles de coacción, entre ellos el sexo transaccional, limitan sus opciones”.

Las niñas tienen poca autonomía, pero afrontan toda la responsabilidad de estas situaciones, incluso si son consecuencia de una violación. “Cuando alguien sufre una violación y se queda embarazada, tiene muy pocas opciones”, reconoce Fatmata Sorie, abogada en Freetown y presidenta de una organización de mujeres juristas, Legal Access through Women Yearning for Equality, Rights and Social Justice (“Acceso Legal a través de Mujeres con Ansias de Igualdad, Derechos y Justicia Social”). “No existen estructuras para ayudar a las víctimas de violaciones”, continúa. “Las comisarías de policía ni siquiera tienen kits de pruebas de violación, por ejemplo”.

A menudo se hace sentir a las niñas que ellas son las responsables de la actividad sexual, aunque sea resultado de la presión o la coacción, y casi no reciben información sobre sus derechos o sus cuerpos. Hasta hace poco, la educación sexual estaba prohibida y las niñas embarazadas tenían prohibido volver a la escuela. (El grupo de Sorie y el UNFPA presionaron para que se aprobara una ley que cambiara estas normas, pero esta política apenas está empezando a aplicarse). Según FP2030, más del 86% de las niñas de entre 15 y 19 años no han utilizado nunca anticonceptivos, y el 21% de ellas serán madres para cuando hayan cumplido los 19 años. Ahora bien, en Sierra Leona el aborto es delito y se persigue como tal. Cuando se produce un aborto, señala Sorie, “ocurre en las condiciones de mayor riesgo y menos profesionales”.

“En conjunto, estos factores suelen ser fatales. Antes de la cuarentena, hicimos un estudio y descubrimos que la tasa de muertes maternas entre las menores de 18 años [en Freetown Oriental] era de una de cada diez ”, afirma Lucy November, matrona e investigadora del King’s College de Londres (November y Sandall, 2018). Su investigación, llevada a cabo con Kamara, impulsó la creación de 2YoungLives.

Las niñas que sobreviven al embarazo suelen ser repudiadas y abandonadas. Fue lo que le pasó a Dankay, que ahora también tiene 18 años. A ella también se le propuso sexualmente un hombre mayor que la ayudó a salir adelante: “Cuando acepté sus propuestas, fue él quien me ayudó, poco a poco. Pero cuando me dejó embarazada, negó que hubiese sido él y empezó a evitarme. Mi tía me echó de casa, porque decía que era una vergüenza quedarse embarazada sin que un hombre se hiciese responsable”. Se quedó en casa de una amiga, pero pasaba hambre muchas veces y dormía en el suelo del porche, que estaba frío.

“Las estigmatizan la comunidad, las escuelas y los hospitales, todo el mundo”, explica Kamara. A veces, “si no hay nadie que las ayude, por ejemplo, asesorándolas o aconsejándolas, acaban perdiendo al bebé, o llegan a morir también ellas”.

Pero explica asimismo que, en este tipo de situaciones, un poco de apoyo es un mundo. El asesoramiento, el apoyo social, la ayuda para el cuidado de los niños, la información objetiva, la bondad… son cosas que marcan la diferencia. A través de 2YoungLives, Mamusu puso en marcha su propia pequeña empresa y ha demostrado ser una magnífica estudiante. Está decidida a sacar el máximo partido de lo que tiene, no solo por ella y por su criatura, sino también por su comunidad. “Cuando me examine y me gradúe en la universidad, quiero ser enfermera”, anuncia Mamusu. “Porque cuando visito el hospital veo lo bien que cuidan a la gente”.

Dankay también está recibiendo ayuda para compaginar los estudios con la maternidad. Su resiliencia y determinación de crear una vida mejor para sus hijos son ejemplos que harían bien en seguir los responsables de la toma de decisiones. Su potencial no debe desaprovecharse, sino ser celebrado, y ellas lo saben.

“Ser madre a esta edad no es nada fácil”, dice, “pero me hará más fuerte”.

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Cuando fallan los anticonceptivos

UNFPA — Los anticonceptivos han cambiado la historia: los métodos modernos llevan decenios reforzando la capacidad de decisión de las mujeres sobre su vida reproductiva y ayudando a los países a alcanzar sus objetivos de desarrollo. Pero no siempre funcionan.

Mukul, de la India, sufrió a los 24 años complicaciones en el parto que pusieron en peligro su vida y a raíz de eso optó por utilizar un DIU. Sin embargo, menos de un año después, se sorprendió al descubrir que estaba embarazada de nuevo, y de cinco meses, demasiado tarde para poder contemplar un aborto. Dio a luz a su segunda hija. “Dimos la bienvenida a nuestra segunda hija y seguimos criando a las dos”, recuerda Mukul. ç“Todo salió bien y fue muy querida por todos, la familia y las amistades”.

Mukul no tenía motivos para esperar que fuese a quedarse embarazada. El DIU es un método de acción prolongada y es considerado uno de los anticonceptivos más fiables. Pero ningún anticonceptivo es infalible: ni los anticonceptivos orales, ni los implantes, ni los inyectables, ni siquiera la vasectomía. Cuando se utilizan correctamente y de forma sistemática, las tasas de fallo de todos estos métodos no llegan al punto porcentual —y a veces son mucho más bajas—, pero los fallos existen. En el Reino Unido, por ejemplo, uno de cada cuatro abortos se atribuye al fallo de la anticoncepción hormonal (BBC, 2017), una cifra que casi se duplica cuando se contempla el conjunto de todos los métodos, como los preservativos, los diafragmas y la marcha atrás.

Varios años más tarde, y aunque seguía usando anticonceptivos, Mukul se encontró con que volvía a estar embarazada. Estaba segura de que no quería más hijos, aunque su padre la había presionado para que intentara tener un niño. (A pesar de los éxitos de Mukul, que ha triunfado en el mundo académico, su familia seguía teniendo una clara preferencia por los varones). “Decidí abortar para poder asumir mis responsabilidades para con mis dos hijas, sin que se vieran perjudicadas por el nacimiento de un tercer hijo”, insiste. “No me arrepiento”.

Dalila*, de una zona rural de El Salvador, tuvo una experiencia muy similar. Poco después de casarse, una asesora de planificación familiar les hizo una visita a ella y al que ya era su esposo. Pero ella no quiso utilizar métodos anticonceptivos. “Deseaba ser madre”, explica Dalila. “Cuando llegó mi hija, me alegré mucho”.

Al igual que Mukul, empezó a utilizar métodos anticonceptivos tras el nacimiento de su primera hija y, también como Mukul, se enteró de que estaba embarazada cuando su segunda gestación ya estaba muy avanzada. “Me di cuenta de que el anticonceptivo no había funcionado cuando me dieron el resultado a los seis meses. Me quedé conmocionada y pensé: ‘¿Qué ha pasado?’”.

Estas historias no sorprenden a Dra. Ayse Akin, una médica de Türkiye que lleva medio siglo dedicándose a la salud pública y reproductiva. Ha visto embarazos de muchas pacientes que empleaban métodos anticonceptivos, tanto DIU como otros. “A veces no se dan cuenta hasta que la gestación ya está muy avanzada, porque no lo esperan”, explica.

Pero los fallos de los anticonceptivos no afectan por igual a todas las mujeres ni se producen en la misma medida. Un estudio llevado a cabo en 2019 descubrió que, con ciertos métodos, las usuarias de anticonceptivos más jóvenes experimentaban tasas de fallo hasta 10 veces superiores a las mujeres de más edad (Bradley et al., 2019). Hay muchas explicaciones posibles: las mujeres más jóvenes pueden ser más fértiles, llevar una vida sexual más activa, contar con menos práctica en el uso de anticonceptivos o enfrentarse a más dificultades para acceder a un asesoramiento de calidad sobre anticonceptivos. Las mujeres más pobres también presentaron unas tasas de fallo de los anticonceptivos considerablemente mayores. Estos datos indican que las mujeres con menos capacidad para afrontar un embarazo no intencional —las más jóvenes y las más pobres— tienen más probabilidades de tener uno, incluso cuando hacen todo lo posible por evitarlo.

Las consecuencias pueden ser nefastas, según advierte la Dra. Akin, que ayudó a muchas pacientes que llegaban a su consulta tras someterse a abortos clandestinos y en condiciones de riesgo y venían sangrando, anémicas o con septicemia; muchas sufrieron secuelas a largo plazo o no sobrevivieron. “Era terrible”, recuerda. Un mes, de cuatro mujeres ingresadas tras abortos en condiciones de riesgo, “tres murieron y solo se salvó una”. La situación mejoró a partir de 1983, cuando se legalizó el aborto, pero recalca que, incluso hoy en día, numerosos hospitales carecen de los medios para ofrecer abortos seguros y muchos médicos no tienen tiempo ni ganas de proporcionar orientación sobre anticonceptivos.

Dalila y Mukul siguieron confiando en los anticonceptivos a pesar de que les habían fallado. El marido de Mukul se sometió a una vasectomía para no tener más hijos de los que deseaban. Dalila, que confiesa que su inesperado segundo embarazo “fue una alegría”, también decidió que su familia estaba completa con dos niñas.

Ahora sus hijas ya son adolescentes y ella les aconseja que encuentren parejas que las apoyen —a ellas y sus ambiciones— y que tengan en cuenta la planificación familiar. Dalila está convencida de que ambas tomarán las riendas del futuro que tienen ante sí: “Nadie les va a exigir que traigan un bebé al mundo si no se sienten preparadas para ser madres”.

*Nombres ficticios para proteger la intimidad y por razones de protección

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Planificación para el cambio

LAS FILIPINAS, 2021 — Rahma Samula, de Maguindanao (Filipinas) tiene 40 años y, al dar a luz por sexta vez, estaba agotada. Ya había sido testigo de la experiencia de su madre, que crió a ocho hijos. “Mi marido y yo vamos a darle una oportunidad a la planificación familiar. Lo que me ayudó a tomar la decisión fue haber visto las dificultades que tuvo mi madre para cuidar de mis siete hermanos”.

La diferencia de edad entre casi todos sus hijos es tan solo de un año, pero, con la ayuda de un anticonceptivo inyectable, Rahma consiguió retrasar su último embarazo hasta 2021, cinco años después del nacimiento del más joven. No le cabe duda de que, de no ser por las inyecciones, habría tenido otros dos embarazos en ese período. Tanto ella como su marido agradecen la labor de los trabajadores sanitarios locales, que les brindaron información y consejo sobre las opciones de planificación familiar a su alcance. Para Rahma, que goza de buena salud, el único efecto secundario ha sido un leve aumento de peso, aunque le ha venido bien. En su opinión, dejar pasar más tiempo entre embarazos y usar el anticonceptivo era la mejor opción para su cuerpo y su familia. “Así los niños no lo pasan mal”, afirma.

Hace una generación, su historia no habría sido tan fácil.

En Filipinas, las políticas gubernamentales con respecto a la planificación familiar y la salud reproductiva no han sido inamovibles. En los años 80, se centraron en limitar el crecimiento demográfico por medio de cupos e incentivos a la anticoncepción; más adelante, pasaron a estar en sintonía con la doctrina católica que prohíbe los métodos anticonceptivos modernos. Durante decenios, la tensión entre los partidarios y los detractores de los anticonceptivos provocó que el país optara por un término medio entre ambas posturas. Esta tercera vía no fue un camino de rosas: la planificación familiar se fomentó en buena medida desde el prisma de las intervenciones de salud materna y supervivencia infantil, lo que marginó a la población adolescente y las mujeres solteras (Álvarez, 1993). El enfoque actual que siguen las autoridades —uno centrado en los pacientes y la salud reproductiva— no se adoptó hasta 2012, fecha en la que se aprobó la Ley de Paternidad y Maternidad Responsables y Salud Reproductiva. En virtud de dicha ley, el Gobierno de Filipinas tenía la obligación de proporcionar servicios gratuitos de planificación familiar a las familias pobres. Sin embargo, los líderes religiosos influyentes solo ven con buenos ojos lo que se conoce como “métodos anticonceptivos naturales” (basados en la vigilancia de la fecundidad) y se oponen a todos los demás.

A pesar de ello —y durante años—, fueron precisamente los líderes religiosos y comunitarios quienes, junto con organizaciones sin fines de lucro, ayudaron a que los métodos anticonceptivos llegaran a zonas remotas y a familias que no podían permitirse más bocas que alimentar. “Hay un párroco que viene a vernos y nos trae [píldoras anticonceptivas]. No sabemos dónde se consiguen”. Estas fueron las declaraciones al UNFPA en 1998 de una madre que vivía en una aldea remota de pescadores donde escaseaban los ingresos.

La ley de 2012 y el empeño de los movimientos comunitarios (por ejemplo, grupos no gubernamentales, organizaciones de derechos de la mujer y personas como aquel párroco) han tenido un efecto acumulado de gran magnitud y muy positivo en el acceso a los anticonceptivos en Filipinas. El impulso que llevó a este cambio no puede atribuirse a un único actor —ya sea el sistema sanitario, el ordenamiento jurídico o la sociedad en general—, sino que fue el resultado del trabajo integral que se desarrolló en todos los ámbitos a lo largo de varios años.

La ley favoreció las inversiones en clínicas y servicios reproductivos; ahora existe un programa de seguro médico con el que están cubiertos más del 90% de los municipios del país (FP2030, 2020a). Los discursos airados sobre la anticoncepción han bajado de tono y han dado paso a nuevos intercambios de ideas en torno a la libertad de decisión, los derechos y los objetivos a largo plazo a nivel particular y familiar. Los trabajadores sanitarios, los asesores en materia de planificación familiar e incluso los líderes religiosos han tomado la iniciativa en lo que respecta a desmentir las falsas creencias sobre los anticonceptivos.

“Mi marido y yo decidimos utilizar anticonceptivos porque son unos tiempos muy duros”, comentó Theresa Batitits, que tiene 36 años y es asesora nutricional en un pueblo de la región norte. Los recursos familiares escasean y prefieren dedicarlos a la educación de sus cuatro hijos. Hasta hace poco, Theresa no había querido recurrir a anticonceptivos hormonales debido en parte al miedo a los efectos secundarios, pero cuando una trabajadora sanitaria mencionó los implantes de acción prolongada, se animó a darles una oportunidad. “Antes de dar medios de planificación familiar a las mujeres, les ofrecen información sobre los métodos que existen, su funcionamiento, cómo se utilizan, los efectos secundarios y cosas así”, cuenta Theresa.

Anisa T. Arab vive en Maguindanao y es una de 15 hermanos. Siempre ha tenido mucho carácter: se marchó de casa a los 20 años porque no estaba dispuesta a seguir el plan de su padre, que consistía en que dejara de estudiar y se casara. En un principio, Anisa estaba en contra de la planificación familiar porque creía que era incompatible con las enseñanzas islámicas, pero explica que “al estudiar los preceptos de mi religión, vi que la comunidad tiene tradiciones con respecto a las mujeres que no se parecen en nada a lo que realmente dice el Islam”.

Ahora tiene 57 años, trabaja como presentadora de radio y profesora de estudios islámicos (lo que se denomina “uztazah”) y es una defensora declarada de la educación de las mujeres y de su derecho a casarse solo si así lo desean (con la persona y en el momento que ellas elijan) y a planificar el tamaño de su familia. Proporciona información a sus seguidores acerca de la fetua sobre la planificación familiar, un dictamen jurídico avalado por eruditos del Islam que aclara que la anticoncepción no está vetada. “La planificación familiar no es algo malo”, afirma. Al contrario: “la mejor familia es la que se crea cuando las mujeres han aprendido a cuidar de sus cuerpos”.

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Nuevos anticonceptivos masculinos: ¿por qué están tardando tanto en llegar al mercado?

UNFPA — En palabras de Logan Nickels, un investigador de la organización estadounidense Male Contraceptive Initiative: “Con respecto a la reproducción, la única parte difícil tendría que ser la decisión de si se quieren tener hijos y cuándo. Hecho esto, todo el mundo debería tener a su disposición los instrumentos necesarios para llevar a la práctica ese plan de vida con eficacia y sin complicaciones”.

En estos momentos, los dos métodos en los que el hombre es el principal protagonista —los preservativos y la marcha atrás— representan el 26% de las prácticas anticonceptivas a nivel mundial. Sin embargo, tal y como se utilizan habitualmente, el margen de error de los preservativos masculinos es del 13% y la marcha atrás es una de las formas de anticoncepción menos seguras (OMS, 2018). En cambio, se ha constatado que la vasectomía es uno de los métodos más eficaces (OMS, 2018), pero menos del 3% de las parejas recurre a ella para protegerse frente a un embarazo (Pile y Barone, 2009).

Por lo que respecta al lanzamiento de nuevos métodos dirigidos a los hombres, no faltan opciones muy prometedoras: pastillas, pomadas de uso externo, parches con microagujas, inyecciones biodegradables y un artilugio que funciona como una vasectomía, pero reversible. Existe una base de datos que recoge todos los métodos anticonceptivos en fase de estudio o desarrollo, y tiene más de 40 entradas (Calliope, s. f.). Entonces, ¿por qué seguimos sin mejores opciones de anticoncepción para los hombres? “Creo que el hecho de que la sociedad haya determinado que la reproducción es cosa de mujeres tiene mucho que ver en esto: la carga del embarazo recae sobre ellas”, afirma Logan.

En muchas ocasiones, las actitudes culturales dictan que las mujeres son quienes se encargan de la anticoncepción. Dicha visión entorpece los avances en este campo. “Con frecuencia se piensa que los hombres desempeñan un papel secundario en esto, porque la opinión más o menos generalizada es que ya tienen todos los derechos que necesitan”, continúa Logan. “Tengo la impresión de que por eso [la invención de anticonceptivos] se ha centrado en que las mujeres y las niñas ejerzan sus derechos en lugar de en implicar en este tema a los hombres de una forma útil y constructiva”.

Los estudios indican que, en muchos países, la población masculina ha mostrado interés por los anticonceptivos para hombres. En 2002 se realizó una encuesta a 9.000 hombres de nueve países y más del 55% de ellos dijo estar dispuesto a utilizar un producto nuevo (Heinemann et al., 2005). En los Estados Unidos, un estudio de 2019 en el que participaron 1.500 hombres comprobó que, de todos aquellos que preferían evitar un embarazo, el 60% quería que se comercializara un nuevo anticonceptivo masculino (Friedman et al., 2019). Pese a estos datos, la industria farmacéutica mundial no ha logrado hacer progresos en este campo. “No hay nada que les motive a hacerlo, es así de simple: los productos que ya tienen [para las mujeres] surten efecto y son seguros”, argumenta Rebecca Callahan, cuyo puesto en FHI 360, una organización estadounidense de salud y bienestar sin ánimo de lucro, se centra en el desarrollo de productos.

Para ser competitivo en el mercado, todo nuevo anticonceptivo masculino que se lanzara tendría que ofrecer el mismo nivel de protección que los mejores productos para mujeres. Asimismo, según Rebecca, los valores límite de seguridad que se aplican a un nuevo anticonceptivo (tanto para hombres como para mujeres) son las más estrictas de todo el sector “porque se trata de productos que suministramos a gente joven y con buena salud para evitar un estado clínico particular”. Tales normas son incluso más rigurosas cuando se trata de un nuevo anticonceptivo masculino, ya que, cuando se trata de mujeres, los riesgos de padecer efectos secundarios derivados del uso de un anticonceptivo se suelen comparar con los posibles riesgos que acarrea un embarazo (una situación que, a fin de cuentas, puede provocar su muerte).

Un estudio reveló que proporcionar inyecciones hormonales a los hombres todas las semanas resultaba muy eficaz para prevenir los embarazos y, por lo general, tenía muy pocos efectos secundarios (Behre et al., 2016). Se dieron algunos casos de acné, aumento de peso y cambios de humor; es decir, el mismo tipo de problemas que ocasionan los anticonceptivos hormonales a las usuarias. Sin embargo, el estudio se interrumpió cuando se diagnosticó una fuerte depresión a uno de los hombres y otro intentó suicidarse, aunque se sabe que la depresión es uno de los riesgos que afrontan las mujeres al utilizar anticonceptivos hormonales (Skovlund et al., 2016).

Las dificultades no se limitan a la esfera de la investigación farmacéutica. Desarrollar nuevos métodos anticonceptivos exige financiación y una ingente labor de estudios de campo, promoción y distribución. La falta de apoyo puede dar al traste incluso con métodos muy esperados que han demostrado ser eficaces. Esta fue la experiencia de la Dra. Demet Güral en los años 1990, cuando trabajaba en un proyecto para implantar el uso de vasectomías sin bisturí en Türkiye.

“El proyecto demostró que la población masculina aceptaría este método sin pensarlo dos veces”, explica. Se llevaron a cabo más de 2.000 vasectomías en cuatro hospitales del país a lo largo de tres años; en más del 60% de ellas, una sola sesión de orientación bastó para que los pacientes aceptaran someterse a este procedimiento terapéutico. Pero según narra Demet, al no contar con respaldo a largo plazo por parte del donante, el método no llegó a popularizarse y la vasectomía sigue siendo algo poco común en Türkiye (DAES, 2021a).

Con todo, por mucho que mejoren los métodos anticonceptivos masculinos, no bastarán por sí solos. Para que todos los hombres y mujeres puedan tomar decisiones responsables sobre su libertad reproductiva, necesitarán además información precisa sobre las ventajas y los inconvenientes de los métodos anticonceptivos, ser capaces de comunicar lo que quieren en cuanto a reproducción y tener el debido respeto hacia las necesidades y opiniones de su pareja.

Aquí también se aprecian algunas señales de progreso. Martha Brady, especialista sanitaria internacional en el campo del desarrollo de anticonceptivos, afirma haber observado un cambio de actitud: “[Los chicos jóvenes] se han dado cuenta de que el mundo está cambiando radicalmente. Las normas ya no son las mismas, tanto si vives en los Estados Unidos como en África […] Estoy segura de que habrá muchachos dispuestos a probar cosas a las que no estarían dispuestos los señores de 50 años que se han criado en una época muy distinta”.

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