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Un año después del secuestro de Chibok, una niña cuenta cómo sobrevivió a Boko Haram
- 14 de abril de 2015
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NIAMEY, Níger/NACIONES UNIDAS, Nueva York – Hace un año, la noche del 14 de abril, los insurgentes de Boko Haram se llevaron a 276 niñas de una escuela de Chibok, un pueblo al noroeste de Nigeria. Desde el secuestro, 57 de esas niñas han escapado. El paradero de las otras 219 sigue siendo desconocido.
Aunque el secuestro de Chibok representa una de las mayores atrocidades perpetradas por Boko Haram, el grupo ha aterrorizado a un sinfín de pequeñas poblaciones de la región y se ha llevado por la fuerza a muchas más mujeres y niñas.
Nigo*, una niña de 14 años procedente de Damasak, un pueblo nigeriano cerca de la frontera con el Níger, es una de esas niñas. Los insurgentes la retuvieron durante 45 días hasta que pudo escapar.
Boko Haram atacó Damasak a finales de noviembre del año pasado. «Iba corriendo por la calle para buscar refugio… No lejos del mercado, caí en manos de Boko Haram», le contó Nigo al UNFPA.
Luego las llevaron a ella y a docenas de chicas más a una casa y las obligaron a ponerse vestidos negros y largos y hiyabs que les cubrían todo el cuerpo. «Estaba desolada. Creí que había llegado mi fin», afirmó. «Aunque no me mataran, nunca volvería a ver a mi familia», recordaba haber pensado.
Obligaban a las niñas a realizar tareas domésticas, incluida la preparación de las comidas para los guerrilleros. Y cada mañana, unos hombres armados iban a contarlas. «Fue así como supe que éramos 44 niñas en la casa».
«Después de cada visita, nos soltaban que habían matado a nuestros padres por no ser creyentes. Nos decían que éramos sus esclavas y que nos harían lo que quisieran».
Un día, los insurgentes reunieron a las niñas y anunciaron que, desde aquel día, todas estaban casadas.
«Tenía miedo, mucho miedo, porque sabía que iba a comenzar una nueva vida para mí», afirmó Nigo.
Esa noche, un hombre de la edad de su padre la violó y volvió a abusar de ella todas las noches.
«Ni siquiera sé su nombre», aseguró Nigo. «No me hablaba. Solo lo veía por las noches, cuando venía a acostarse conmigo».
«A pesar del miedo, no perdía la esperanza», aseguró Nigo. «Siempre me decía que un día lograría escapar».
Junto con otras cuatro niñas, planeó su huída.
«Un jueves, sobre las 10 de la mañana, me escapé con cuatro de mis amigas… Nos fuimos de la casa con la excusa de que íbamos a visitar a otras amigas recluidas».
Cuando las niñas se dirigían a los límites del pueblo, se dieron cuenta de que las seguían tres hombres, así que se metieron en una casa abandonada y se escondieron en una de las habitaciones.
«Entraron en la casa, los vi por una rendija de la ventana. Las piernas me temblaban», contaba Nigo. «Uno de los hombres se acercó a la puerta de la habitación donde estábamos y, milagrosamente, dio media vuelta».
Esperaron unos minutos y luego se volvieron a encaminar a las afueras del pueblo y se dirigieron hacia el lago Chad. El viaje duró todo el día.
«Nos fuimos escondiendo de un arbusto a otro y luego de una zanja a otra, hasta que llegamos al lago sobre las 5 de la tarde».
Las niñas tuvieron suerte. Los hombres que solían patrullar el lago no estaban en ese momento, y las aguas del lago Chad habían bajado, lo que les permitió pasar de la parte nigeriana de la frontera hasta el Níger.
Una vez que alcanzaron el otro lado, las niñas se separaron. «Yo fui directamente a casa de mi tío, donde encontré a mi madre».
A la mañana siguiente, su familia la llevó a Agadez, en el Níger, donde buscaron atención médica en un programa auspiciado por el UNFPA dedicado a supervivientes de la violencia de género. Nigo recibió tratamiento, incluida orientación psicosocial.
En la actualidad, vive con su familia en Niamey. Trata de dejar atrás el secuestro y se está concentrando en el futuro. «Me gustaría volver a la escuela, continuar con mis estudios y convertirme en médico. Después, quiero ayudar a los pobres a recuperar su salud», aseguraba.
Sin embargo, no se le borra de la memoria el reencuentro que tanto le costó conseguir con su familia: «Lloré en los brazos de mi madre, que también lloraba», recordó Nigo. «Luego vi a mis hermanos y hermanas y a mi padre. Toda mi familia estaba allí. Se me secaron las lágrimas. Me inundó la alegría».
– Souleymane Saddi Maâzou
*El nombre se ha cambiado para proteger su identidad