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Eliminación de la mutilación/ablación genital femenina del mosaico cultural de Kenya
- 22 de abril de 2010
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NAIROBI — Cuando en 2002 Lina Kilimo se presentó como candidata al Parlamento de Kenya reivindicando un programa de paz, desarrollo y erradicación de la mutilación/ablación genital femenina, sus detractores la criticaron alegando que no era una candidata idónea para ocupar el cargo al no haber pasado por la circuncisión femenina.
Ella reaccionó diciendo que sus opositores estaban atónitos al ver que no tenía pelos en la lengua para hablar abiertamente de un tema tan delicado. Pero la ruleta se tornó a favor de Lina, lo que parecía invocar un mito que dice que si quieres acabar con la lucha entre grupos debes enviar a una niña no circuncidada para establecer la paz.
Su victoria, y el hecho de que ahora sea una de las impulsoras de la nueva legislación para aumentar las sanciones jurídicas contra la mutilación/ablación genital femenina —una práctica que en el pasado fue casi universal en su comunidad marakwet— son indicativas de un cambio en las actitudes en Kenya.
"Ahora las niñas son conscientes de que no serán sometidas a la ablación y de que incluso pueden llegar a ser parlamentarias", comentó.
La mutilación/ablación genital femenina ha sido una práctica tradicional de los 43 grupos étnicos que componen el mosaico cultural de Kenya, con excepción de solo cinco. Su prevalencia está disminuyendo en todo el país, especialmente entre las mujeres más jóvenes, educadas y urbanas. Los datos más recientes (informes preliminares de la Encuesta Demográfica y de Salud de 2008-2009) reflejan que la tasa de mutilación/ablación genital femenina ha bajado del 38% en 1998 al 27,1%. Las estadísticas relativas a las niñas más jóvenes son aún más alentadoras, pues reflejan que casi la mitad de las mujeres de edades comprendidas entre los 45 y 49 años han sido sometidas a la ablación en comparación con tan solo el 15% de las mujeres de entre 15 y 19 años.
Sin embargo, esta práctica, que ha sido condenada por organizaciones internacionales y por el Gobierno de Kenya, sigue siendo casi universal en algunas comunidades, incluidos los grupos étnicos kisii, masái, somalí, samburu y kuria. A menudo se considera un requisito para que el matrimonio sea aceptable. La prensa algunas veces narra historias de grupos de mujeres jóvenes que han sido forzadas a someterse a esta práctica o que han abandonado sus hogares para huir de ella.
La mutilación/ablación genital femenina ha estado arraigada en algunas comunidades durante siglos. Con el Programa Conjunto del UNFPA y UNICEF se pretende erradicar esta práctica no solo en Kenya, sino también en otros 16 países, en el transcurso de una generación. Posiblemente no haya otro escenario más complicado en el mundo donde llevar a cabo esta labor que el mosaico de Kenya, con sus diferentes culturas, tradiciones, grupos étnicos, religiones, idiomas y normas sociales.
En el país, la práctica adopta diferentes variantes, desde una escisión relativamente leve o un pinchazo realizado por un practicante tradicional de la circuncisión o bajo supervisión médica, hasta una extirpación brutal de los órganos sexuales externos, seguida del vendaje de las piernas para formar una cicatriz que sirva de barrera física a la penetración sexual.
Las intervenciones deben tener un objetivo estratégico en función del significado específico atribuido a cada una de ellas en las diferentes comunidades, según Christine Ochieng, Coordinadora Nacional del programa para el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA). "No todos los tipos de intervención son aplicables en todas las regiones del país", explica. "Depende de por qué utilizan esta práctica".
Para los grupos étnicos masái, meru, marakwet y otros, la práctica se encuadra en un minucioso ritual de iniciación hacia la condición de mujer. Para la secta proscrita mungiki del grupo étnico kikuyu, la práctica significa el regreso a las tradiciones precoloniales, y algunas veces se impone a la mujer como una forma de intimidación o represalia. Para la comunidad abagusii, esta práctica, que se suele aplicar bajo supervisión médica, confiere posición y prestigio social. En el grupo étnico somalí, en la provincia nororiental, donde las niñas jóvenes son sometidas al tipo de intervención más severo, esta práctica está asociada a la religión, la cultura y la castidad. La higiene, el embellecimiento, la tradición y el honor son otras de las razones que mencionan una serie de comunidades. Es una práctica que aplican tanto cristianos como musulmanes y animistas.
Casi en todos los lugares, la mutilación/ablación genital femenina se asocia al miedo y al control de la sexualidad femenina. "Se dan muy diferentes razones, unas veces ocultas en el trasfondo de la cultura y otras en el de la religión", señala Zeinab Ahmed, que dirige el Programa Conjunto en la provincia nororiental del país. "Al final, se trata en todos los casos de controlar a las mujeres".
En los grupos con una prevalencia del 90% o más, la presión para acatar las normas sociales es atroz, y su desobediencia puede derivar en una especie de muerte social. La dificultad de lograr que los padres abandonen esta práctica reside en que ellos creen que están actuando en el mejor interés de sus hijas. "No pretenden hacer daño a sus hijas", comenta la profesora Margaret Kamar, otra parlamentaria que se opone de forma activa a la mutilación/ablación genital femenina y que defiende la nueva legislación contra esta práctica. "Todo el mundo desea lo mejor para sus hijos. Muchas madres tienen miedo de que sus hijas sean excomulgadas de la sociedad".
La exclusión social es una amenaza más inmediata y tangible que una pena conforme a derecho. "Ahora mismo, la mutilación genital femenina no está proscrita para las mujeres mayores de 18 años. Aunque la Ley del Menor de 2001 prohíbe su práctica, solo ofrece protección a las niñas menores de 18 años", señala Christine, que trabaja actualmente con los parlamentarios en la nueva ley. La Ley del Menor, que está siendo revisada en la actualidad, también muestra una serie de resquicios legales, y rara vez ha derivado en penas graves. En ningún caso se puede exigir el cumplimiento general de las leyes si estas no gozan de un apoyo importante por parte de la comunidad.
El nuevo proyecto de ley podría ayudar al creciente número de mujeres y niñas que no desean someterse a esta práctica, según Christine. También puede alertar de que las normas sociales están cambiando, sacar el asunto a la luz y ofrecer cobertura a los padres que no desean que sus hijas pasen por esa experiencia.
"La nueva ley ayudará a la niñas a decir 'no', y a que la gente se lo piense dos veces. Pero realmente tenemos que conseguir que la comunidad sienta esta ley como propia, de lo contrario quedará en el olvido", añade la Sra. Kilimo.
El diálogo con la comunidad y la capacidad de decisión propia sobre abandonar la mutilación/ablación genital femenina son, de hecho, las dos estrategias en las que se centra el Programa Conjunto.
La estrategia reconoce que el verdadero cambio debe proceder de las propias comunidades, a través de un proceso de diálogo y debate, en el que los ciudadanos, empoderados con información, tengan la oportunidad de desafiar las normas sociales. El objetivo es sacar provecho de la dinámica social, que está en un continuo estado de cambio.
Contar con información sobre las posibles consecuencias médicas y psicológicas de esta práctica puede ayudar a fundamentar estos diálogos, al igual que los debates sobre los derechos humanos. Estos debates, que a menudo se prolongan durante semanas o meses, no abordan el tema de la mutilación/ablación genital femenina de forma aislada —lo cual puede generar desconfianza y resistencia—, sino en el marco de un contexto más amplio que engloba la salud, los derechos humanos y la violencia de género. El Programa Conjunto, en asociación con el Ministerio de Género, Infancia y Desarrollo Social y otros asociados, ha proporcionado capacitación a más de 400 facilitadores de la comunidad para dirigir estos diálogos (véase el cuadro más abajo), de tal forma que puedan llevar al reconocimiento final por parte de las comunidades de que la mutilación/ablación genital femenina supone una violación de los derechos de las niñas.
Sin embargo, lograr que la gente dé prioridad a estos temas puede ser una tarea difícil, especialmente en las comunidades de Kenya, que todavía están recuperándose del impacto de la violencia desatada después de las elecciones (2007-2008), y que afrontan ahora un mayor número de crisis meteorológicas y de escasez alimentaria y de agua.
Tras cuatro años de sequía, un ingente tercio de los ganaderos nómadas de Kenya han perdido todo su ganado y se han visto forzados a asentarse en el extrarradio de la ciudad, sin destrezas para apostar por una economía diferente. Con su propia supervivencia en juego, para muchos el abandono de la mutilación/ablación genital femenina no es ahora una prioridad. "La mutilación/ablación genital femenina ocupa el último lugar en sus mentes, así que se preguntan: '¿Por qué preocuparse por eso ahora?'", comenta Zeinab.
A pesar de todo, se han observado notables progresos. Una señal de éxito ha sido una declaración a nivel de toda la comunidad que anuncia al mundo que las convenciones sociales han cambiado. El pasado mes de agosto, en una gran ceremonia celebrada en un estadio publico, miembros poderosos del Consejo de Ancianos del grupo étnico meru procedentes de 12 regiones firmaron un documento que ratificaba el abandono total de la mutilación/ablación genital femenina en sus territorios.
La declaración tuvo lugar un día después de que 364 niñas se graduaran en una ceremonia de iniciación —un ritual iniciático alternativo en el que no se practica la mutilación/ablación genital femenina— bajo la dirección de la diócesis católica de Meru. En otras comunidades también se están llevando a cabo rituales alternativos similares, manteniendo así estos procedimientos y valores de gran significado cultural a la vez que se elimina el componente nocivo.
La profesora Kamar quedó fascinada en una ceremonia de graduación de la comunidad marakwet a la que asistió en Narok. Con anterioridad a la ceremonia, las niñas seguían un período de reclusión en el que se les enseñaban, al modo tradicional, aspectos sobre la sexualidad, el trato con los hombres y las expectativas que se tenían de ellas como mujeres. "Todo menos la ablación", declaró. Según Kamar, pasar por este proceso de madurez honraba la tradición de conferir a las niñas la condición de mujer.
"Queremos acabar con la ablación a la vez que mantenemos otras partes del proceso que la gente valora y apoya", afirmó la profesora. Si bien el primer ritual de iniciación sin ablación solo atrajo a un pequeño grupo de niñas, el segundo congregó a 130 niñas de diferentes aldeas. La ceremonia tuvo mucho éxito, en opinión de Kamar. Las niñas lucían radiantes tras su iniciación sin ablación y los padres lloraban al ver a sus hijas convertidas en mujeres.
"No se trata solo de la ablación, sino de un proceso de madurez hacia la condición de mujer", señaló.
— Janet Jensen
Convencer a una comunidad para que abandone un ritual ancestral no es algo que se consiga de la noche a la mañana. Este objetivo es más probable que se logre dentro de un contexto de empoderamiento general de la comunidad, afirma Zeinab Ahmed, Especialista en Protección de la Infancia para UNICEF en Kenya que trabaja con el Programa Conjunto en la provincia nororiental de Kenya, donde se siguen practicando casi de forma universal las formas más severas de mutilación/ablación genital femenina.
Lo ideal es que la comunidad dialogue a lo largo de un par de días, o incluso semanas, y apruebe una serie de propuestas en torno al desarrollo. Tres o cuatro personas pueden ayudar a facilitar el diálogo, entre ellas, un líder religioso que imponga respeto, un trabajador sanitario que pueda exponer los efectos nocivos de la mutilación/ablación genital femenina y un defensor de los derechos del niño que dirija el debate hacia el contexto de los derechos humanos. Establecer alianzas con asociados respetados y de confianza en el desarrollo, como WomanKind Kenya o Maendeleo Ya Wanawake —organizaciones muy arraigadas en toda la región—, también es crucial de cara al éxito.
"Salvo que la comunidad esté experimentado ya algún tipo de desarrollo, hablar solo de la mutilación/ablación genital femenina será un desastre, especialmente en épocas de sequía en las que las comunidades ganaderas carecen de alimentos y agua", asegura Zeinab Ahmed.
A la comunidad se le hacen las siguientes preguntas: ¿Cómo van las cosas en la comunidad? ¿Y en vuestro centro de salud? ¿Tenéis acceso a agua? ¿Cómo están las niñas?
Cuando se plantean asuntos importantes, los facilitadores prometen llamar a sus redes para entrar en acción, ya sea mediante una perforación, una visita a un centro de salud móvil o más comida para los niños.
A medida que avanza el debate, se va introduciendo el concepto de los derechos: los derechos de las mujeres embarazadas, el derecho a la buena reputación, el derecho de un hijo a ser amamantado durante un período de seis meses, etc. "También reflexionamos sobre algunas de nuestras culturas discriminatorias", explica Zeinab. "En las zonas rurales, cuando nace un varón, las mujeres ululan y el ambiente se impregna de alegría. Por el contrario, cuando nace una niña, la rotundidad del silencio deja percibir que no es bienvenida al mundo", comenta. A este respecto añade: "No queremos complicar las cosas, simplemente surgen todos estos temas".
Separar a la comunidad en grupos diferentes de hombres y mujeres, y en diferentes grupos de edad, puede ser útil a la hora de iniciar el debate, que se asentará sobre valores culturales positivos.
"Hablamos sobre el hecho de que tenemos una buena cultura. Amamos a nuestros hijos. Respetamos a nuestros mayores y cuidamos de ellos cuando alcanzan una edad avanzada. Estos son los valores que queremos mantener. Sin embargo, debemos cambiar nuestras propias prácticas contra nuestras mujeres y niños", explica Zeinab.
En las conversaciones se cuenta con información proporcionada por líderes religiosos, que explican que la práctica de la mutilación/ablación genital femenina no responde a exigencias religiosas. De igual modo, mediante explicaciones, y algunas veces incluso mediante la exhibición de imágenes gráficas o vídeos, se muestran las consecuencias nocivas a nivel médico y la brutalidad con que se está aplicando esta práctica en el distrito de la región.
"Dejamos que surjan contradicciones. Cuando se crea un entorno propicio para el debate y el diálogo, surgen nuevas ideas", añade.
"El enfoque es muy importante", señala Monica Onyango, una agente de policía que también ha recibido capacitación como facilitadora de la comunidad. "Debes afrontar el diálogo de manera informal. Si te presentas como agente de la policía y les dices lo que está mal, lo ocultarán".
Según informa Zeinab, el proceso, que aún está perfeccionándose, ya se ha puesto en práctica en comunidades piloto de la provincia, con la esperanza de que los cambios tengan un efecto catalizador y que sean duraderos en el tiempo.