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En Costa Rica, jóvenes líderes indígenas abren camino hacia un futuro mejor para mujeres y niñas

En su hija, la Sra. Gallardo ve el futuro. © UNFPA Costa Rica/Gabriela Rodríguez
  • 05 Agosto 2022

CHINA KICHÁ, Costa Rica – Cheymi Gallardo Sánchez fue madre a los 15 años. En su comunidad rural en el territorio indígena de Cabécar, en las montañas de Talamanca, la maternidad en adolescentes es frecuente. Talamanca es uno de los cantones con las tasas de embarazos en adolescentes más elevadas de Costa Rica.

Durante su embarazo, los miembros de la comunidad dieron por hecho que tendría que dejar la escuela, algunos incluso le comunicaron que debería hacerlo. Esperaban que renunciase a su educación y posibilidades de trabajo futuro para quedarse en casa y cuidar de su bebé. Pero Cheymi, que ahora tiene 18 años, es independiente.

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La Sra. Gallardo defiende abiertamente los derechos de las mujeres y las niñas de su comunidad. © UNFPA Costa Rica/Gabriela Rodríguez

«Desde muy temprana edad he sido muy suelta para hablar», dice al UNFPA.

Esta determinación le fue de gran ayuda cuando decidió continuar con su educación. A lo largo de su embarazo, asistió a las clases, caminando cada día tres kilómetros de ida y vuelta hasta la escuela. Continuó hasta graduarse y ahora planea seguir formándose y trabajar en temas relacionados con los derechos humanos y el género.

Cheymi no tiene únicamente determinación; sino que tiene don de palabra, lo que hace que sea un modelo para su comunidad. «Nunca he tenido miedo a hablar en público. Me encanta participar en espacios donde puedo ser yo misma, donde mi opinión es válida y puedo motivar a más personas a que se involucren», declara.

Estas cualidades llamaron la atención de organizaciones de juventud, activistas indígenas y el personal del UNFPA.

El ascenso de una líder

En el año 2019, Cheymi fue invitada a participar en unas actividades para jóvenes respaldadas por el UNFPA y pronto asistió a un campamento para jóvenes líderes de todo el país. Allí aprendió sobre temas relacionados con los derechos sexuales y reproductivos, como los embarazos adolescentes, métodos anticonceptivos y relaciones de pareja abusivas.

«Tras quedar embarazada, estos temas eran más importantes para mí», explica. Deseaba ser «un puente de información dentro de mi territorio y dentro de mi comunidad, donde pudiera contar mi experiencia a otras chicas, informarles de que se pueden cuidar, de que hay métodos anticonceptivos».

Los miembros de la comunidad suelen disuadir a las chicas de que usen métodos anticonceptivos debido al estigma que existe en torno a la actividad sexual en adolescentes. «Siempre nos asustan diciendo “La gente te señalará si vas a la clínica a que te pongan un implante o un DIU de cobre”. Así que les digo que eso no es cierto. Nadie las va a juzgar. Están en todo su derecho de cuidarse para no tener un embarazo a temprana edad y poder cumplir sus sueños».

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El transporte es difícil en esta comunidad rural indígena. © UNFPA Costa Rica/Gabriela Rodríguez

Perspectivas de un futuro mejor

Hoy, trabaja con Kabata Konana, un grupo de mujeres indígenas organizadas, que promueve la salud y derechos sexuales y reproductivos y se enfrenta a los estereotipos de género.

«Muchas veces, nosotras como mujeres indígenas tenemos muchas limitaciones. En algunos espacios creen que quizás somos sumisas, que no hablamos. Eso es una motivación para mí, para decir: “no, yo expreso mis opiniones, propongo lo que pienso”, siempre respetando a los demás».

También lucha contra estas ideas equivocadas a nivel nacional y regional, como participante de las delegaciones que representan a los jóvenes indígenas y afrodescendientes en reuniones como la Mesa Caribe y en grupos como el Grupo Consultivo Juvenil de las Naciones Unidas en Costa Rica.

Aun así, la vida no es fácil. 

Cheymi trabaja en la pequeña tienda de comestibles de su familia cuando no tiene que atender los quehaceres de su casa, limpiando y cuidando a su hija de 3 años, Adeline. Combina todo esto con sus responsabilidades como joven líder, un puesto ya de por sí exigente. Para trasladarse a sus diversas obligaciones, tiene que tomar un taxi moto durante 45 minutos hasta el pueblo más cercano adonde llega el transporte público.

Pero dice que el esfuerzo merece la pena. 

«He estado en espacios donde los jóvenes alzamos al voz, no solamente como nosotros, jóvenes, sino por nuestro territorio, por nuestros derechos, por nuestros principios, por nuestra cultura», afirma.

Ya está viendo cómo estos cambios mejoran el futuro en el que su hija crecerá: «Ella ha crecido en espacios en los que puede ser ella misma. No tiene limitaciones. Muchas veces en nuestra niñez o adolescencia, en nuestras propias comunidades se encargan de decirnos: “usted no puede hablar, no opine”. Mi hija no es así: ella pregunta, es curiosa».

En Adeline, Cheymi ve un futuro mejor para las mujeres y niñas de su comunidad: «Son cosas que me llenan porque sé que va por buen camino».

Por Gabriela Rodríguez

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