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Después de la infertilidad, el aislamiento y el desplazamiento, una refugiada en Irak encuentra un lugar para cuidarse

Las mujeres se enfrentan al desplazamiento, el estigma o incluso el aislamiento si no pueden tener hijos. Un asesor del UNFPA cuida de un niño en el campamento de Amiriyat, Faluya. © UNFPA Irak/Salwa Moussa
  • 23 Agosto 2018

DOHUK, Irak – Hace trece años, en Damasco, Siria, Rawa* se enamoró. “Todo era perfecto por aquel entonces”, contaba.

Tenía 30 años y era maestra de guardería. Tanto ella como su marido estaban ansiosos por formar una familia poco después de casarse. “Era lo que más deseaba. Al fin y al cabo, me encantan los niños”, decía. 

Sin embargo, la vida dio un giro inesperado. Un año después, tras una serie de citas con doctores y análisis, descubrieron que Rawa no podía concebir. 

Las noticias fueron una verdadera decepción para Rawa. Sin embargo, también la hicieron objeto de vergüenza y burla en su comunidad conservadora, donde las grandes familias se ven como algo deseable. 

“Cuando la gente descubrió mi infertilidad, su expresión facial cambió. Las sonrisas de sus rostros fueron sustituidas al instante por un silencio incómodo que decía ‘Te pasa algo’”, contaba Rawa al UNFPA.

Su marido también la culpó de sus problemas.

Empezó a llamarla “mujer incompleta” y tratarla como una ama de casa en lugar de como una pareja. Empezó a tener una aventura, e incluso restringió la libertada de Rawa, impidiendo que saliera de la casa. 

“Finalmente reuní las fuerzas para pedir el divorcio, pero él se negó una y otra vez”, decía Rawa. “Me resigné a sufrir en silencio y esperaba poder escapar algún día”.

“La carga emocional fue devastadora”, explicaba. Incluso sopesó suicidarse.

Entonces, estalló la guerra.

“No estoy sola en absoluto”

En 2011, la violencia se apoderó de Siria y Rawa y su marido se vieron forzados a huir a Damasco. Finalmente, emprendieron su camino hacia Dohuk, Irak, buscando refugio en el campamento de Gawelan, hogar de más de 8000 refugiados sirios, en 2013. 


Casi 250 000 refugiados sirios viven en Irak, muchos en campamentos al
norte del país. Tiendas de campaña apiñadas en el campamento de Domiz.
© UNFPA Irak/Salwa Moussa

El desplazamiento no hizo más que acrecentar su depresión.

Como muchos refugiados, ella y su marido se vieron sumidos en la pobreza. Incapaces de encontrar trabajo, dependían de la asistencia humanitaria para su supervivencia. 

Entonces, un día vio un folleto fuera de su tienda que animaba a las mujeres a visitar un centro social para mujeres cercano, uno de los 147 centros para mujeres que el UNFPA promueve en los campamentos de desplazados y comunidades de acogida.

Estos centros ofrecen una serie de servicios, incluida la asistencia sanitaria sexual y reproductiva, formación de subsistencia, servicios sociales y asesoramiento. 

Rawa decidió intentarlo. 

Contó a los trabajadores sociales sus problemas y aislamiento. “La infertilidad puede afectar a tu integridad como persona: tu sentido de control sobre el futuro, la fe en tu cuerpo y tus sentimientos sobre ti misma como mujer”, explicaba.

“En el centro, los trabajadores sociales me contaron que no estoy sola, que es posible que sufra en silencio, pero no estoy sola en absoluto”.

Los centros para mujeres promovidos por el UNFPA también fomentan mensajes sobre el empoderamiento de las mujeres y la igualdad de género, lo que motiva a las mujeres y las niñas a sentirse valientes y fuertes, sin importar las circunstancias. 

“Restauraron parte de la fe que había perdido en mí misma y me hicieron sentir que no debía dejar que me juzgaran por mi capacidad para procrear”, explicaba Rawa.

Los visitantes también aprenden sobre violencia de género, algo que no siempre es físico. También puede adoptar formas como la violencia psicológica, por ejemplo, conductas controladoras y privación de la libertad.

Encontrar su lugar en el mundo

Los trabajadores sociales proporcionaron a Rawa información sobre infertilidad y la animaron a asistir a las actividades recreativas del centro y las formaciones sobre habilidades, que le ayudarían a encontrar un sentido de propósito y comunidad.

 

También se ofrecieron a hablar con su marido.

“El centro y los trabajadores sociales no solo me ayudaron cuando lo necesité, sino que también se acercaron para hablar con mi marido y convencerle para asistir a los debates centrados en el grupo para hombres y niños jóvenes sobre la violencia de género y los derechos de las mujeres”. 

Las sesiones han ayudado.

“Mi marido también ha mejorado bastante”, narraba Rawa. “Ha dejado de hablarme de forma irrespetuosa y poco a poco está aceptando la situación con una actitud más compasiva y comprensiva”. 

Las labores del FPNU han hecho llegar a más de 83 000 personas información sobre la violencia de género solo en el último trimestre. En el mismo periodo, se han proporcionado servicios relativos a la violencia de género a más de 26 000 mujeres. 

Este tipo de apoyo puede ser transformador, como atestigua Rawa.

“Me hicieron sentir que tenía un lugar en este mundo”, contaba.

                                                                                                                  – Salwa Moussa

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