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La economista serbia Dragana Tomić Pilipović cree que los pequeños pueblos rurales no deberían morir nunca.

Desde su punto de vista, el futuro del planeta depende en los movimientos de base que repoblarán las zonas rurales y revitalizarán las economías en decadencia.

Cree que los pueblos recuperarán su anterior vitalidad y se convertirán en lugares de encuentro para la generación de ideas e inspirarán nuevas formas de sacar adelante a las familias y aprovechar los recursos de la tierra.

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Snezana Nikolic y su esposo Jovica, residentes de Vrmdža, ordeñan sus cabras.

Dragana forma parte de un movimiento de migrantes que abandona las ciudades para regresar a las zonas rurales, donde ganan menos dinero, pero disfrutan de una mayor calidad de vida.

En 2015, dejó su trabajo en el sector privado en la capital de Serbia, Belgrado, y regresó con su esposo y sus hijos a su pueblo natal, Vrmdža, una pequeña aldea del sureste de Serbia.

Allí, Dragana fundó el centro rural (Rural Hub), un grupo de estudio, debate y asesoramiento que se reúne en su casa. Dejó Belgrado junto con un grupo de amigos con ideas afines, y juntos trabajan para restaurar el pueblo de sus antepasados.

Rural Hub es una pequeña parte de un movimiento a mayor escala que pretende volver a atraer a las familias jóvenes hacia las exuberantes aldeas agrícolas serbias, que se han visto despobladas debido al descenso de las tasas de fecundidad. En 1948, en Vrmdža vivían 1.593 personas, pero en 2011 eran menos de 500.

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Mina de carbón y viviendas de mineros abandonadas en Rtanj, cerca de Vrmdža.

Las migraciones derivadas de la COVID-19 han acelerado el regreso a la vida rural y a profesiones tradicionales como la agricultura o los trabajos manuales.

Gracias a Dragana y a las personas que la siguieron, Vrmdža se ha convertido en un refugio para amantes de la comida ecológica, montañeros y familias jóvenes que buscan trabajar a distancia desde un bello lugar.

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Los suegros de Aleksandra en su granja.

Aleksandra Radisavljevic, su esposo Igor y sus hijos Lazar y Leotina son otra de las jóvenes familias que contribuyen a revitalizar Vrmdža. Regresaron a la vida rural tras vivir en París durante años, tratando de ganarse la vida y sacar adelante a su familia.

Cuando llegó por primera vez a Vrmdža, Aleksandra cocinaba para las personas que visitaban el pueblo, y, a medida que aumentó el turismo, comenzó a ofrecer alojamiento durante la temporada alta.

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Aleksandra con su hijo, Lazar.

Actualmente tiene un pequeño negocio ecológico, gracias a la abundancia de árboles frutales en Vrmdža. Elabora jugos naturales, mermeladas y licores tradicionales, como el aguardiente de ciruelas, imprescindible en todas las casas serbias.

Aleksandra también hace lo que ella denomina «recuerdos ecológicos»: muñecas hechas con maíz autóctono. Recolecta más de una docena de tipos de hierbas en los campos silvestres, que posteriormente vende. En 2021, tuvo el honor de recibir el premio «Golden Hands of Sokobanja» [manos de oro de Sokobanja] a la elaboración de los platos tradicionales de la zona.

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Aleksandra con su cosecha de maíz.

Silvana Hadžić y su esposo se establecieron en Vrmdža tras sus prolongadas trayectorias profesionales en periodismo, informática e ingeniería, que los llevaron a Novi Sad, Belgrado y Londres.

En la actualidad Silvana enseña escalada libre, convertiendo en su profesión una de las cosas que la hizo enamorarse de la vida en Vrmdža.

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Silvana en el terreno que rodea su casa de Vrmdža.

Tras su regreso en 2015, Dragana escribió un libro en el que relataba cómo Vrmdža puede considerarse un «modelo de desarrollo rural y empoderamiento económico» para otros pueblos.

Dragana considera Vrmdža una ecoaldea: un asentamiento «cuyos habitantes desean vivir en armonía con la naturaleza».

Actualmente, Dragana y sus amigos y vecinos no solo sacan adelante a sus familias en un lugar bello; también aplican sus conocimientos y experiencia para «informar, educar y promover el desarrollo sostenible y el emprendimiento social» en su nuevo hogar.

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La casa de Aleksandra en Vrmdža.

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