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Cada día, unas tres mil personas venezolanas cruzan la frontera con el Brasil huyendo de la inestabilidad política y la pobreza.

Las dificultades no terminan al otro lado de la frontera. Las personas refugiadas y migrantes que tienen oportunidades laborales o familia que les espera pueden demorar hasta cuatro meses en ser trasladadas a distintas regiones del país. Muchas (entre ellas, miles de indígenas, sobre todo mujeres y menores) permanecen en campamentos cerca de la frontera durante prolongados y solitarios períodos de tiempo.

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Una mujer lava la ropa en el campamento de Pintolândia en Boa Vista (Brasil).
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Un hombre en el exterior de su habitación en el campamento.

Las personas que llegan desde Venezuela suelen necesitar alimentos, medicamentos, refugio, atención a la infancia, además de servicios e información de apoyo a su salud y derechos sexuales y reproductivos.

El personal médico de las ciudades fronterizas suele atender a mujeres con escasos conocimientos sobre anticonceptivos, pero con gran disposición a aprender.

Besania Hernández, de 23 años, es madre de tres hijos y pertenece al pueblo indígena warao. Desde 2017 vive en el asentamiento informal de Pintolândia, en la ciudad de Boa Vista, en la región de Roraima, en el norte del Brasil.

El campamento acoge a cerca de 270 mujeres warao que, al igual que otras personas refugiadas de grupos minoritarios, enfrentan obstáculos especialmente difíciles incluso después de cruzar la frontera.

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Besania y dos de sus hijos en su habitación en el asentamiento de Pintolândia.

Los propios venezolanos, entre ellos las mujeres indígenas, desempeñan un papel fundamental a la hora de ayudar a que su comunidad sea consciente de sus derechos y acceda a los servicios que necesitan.

Como facilitadora cultural del UNFPA, Besania ejerce de traductora y forma a otras mujeres acerca de las prácticas de anticoncepción y la violencia doméstica.

Ella misma decidió usar métodos anticonceptivos tras el complicado parto de su tercer hijo por cesárea. En Venezuela no estaban a su alcance aquellos métodos anticonceptivos que requieren una intervención médica, pero en el Brasil el control de la natalidad es accesible y gratuito.

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Besania Hernández junto a otras personas refugiadas, espera a recibir sus raciones alimentarias.

El UNFPA apoya a médicos como Pamela Dias da Costa, que trabaja en una comunidad indígena cerca de la fontera con Venezuela, para ofrecer servicios tanto a mujeres refugiadas como indígenas brasileñas.

Estas inversiones clave en planificación familiar contribuyen a hacer frente a las elevadas tasas de fecundidad y de embarazos no deseados entre adolescentes, no solo en el Brasil, sino también en América Latina, el Caribe y África Subsahariana.

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La Dra. Pamela Dias Da Costa proporciona atención tanto a las personas refugiadas como a la comunidad local, principalmente indígena, en Boca da Mata (Brasil).

Este año, la población mundial ha superado los 8 mil millones de personas y, sin embargo, se observa una ralentización general de la tasa de crecimiento.

En 1950, a nivel mundial, de media las mujeres daban a luz a cinco hijos; el año pasado esa cifra descendió a 2,3 nacimientos. De aquí a 2050, las Naciones Unidas prevén un nuevo descenso a 2,1 partos por mujer. En algunos países la tasa de fecundidad será incluso menor.

Asegurándonos de que mujeres como Besania tengan oportunidades educativas y económicas, y apoyando su liderazgo en sus comunidades, es posible reducir la tasa de mortalidad materna y la pobreza.

Podemos colaborar con doctores como Pamela Dias da Costa para garantizar que las mujeres tengan la oportunidad de informarse sobre métodos anticonceptivos y acceder a ellos.

Y podemos colaborar con países como el Brasil para garantizar que las personas refugiadas accedan a asistencia humanitaria, incluidos los servicios de salud sexual y reproductiva que contribuyen a salvar vidas.

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Refugiados venezolanos en la frontera, Pacaraima (Brasil), octubre de 2022.

Estas son algunas de las formas en que podemos desarrollar la resiliencia demográfica.

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La maestra Leticia Souza Bezerra juega con sus hijos en Pacaraima.

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